El fuerte impacto personal que implica tener un jefe tóxico, el estar inserto en ambientes sociales aversivos y políticamente venenosos, el experimentar la permanente sensación de malestar por el hecho de estar obligados a mantener relaciones interpersonales malsanas e inadecuadas, el estar expuestos a caer en un sedentarismo a ultranza (obesidad incluida), o el tener que vivir el sufrimiento que implica el hecho de ser víctima de matonaje y de acoso laboral, hace, en definitiva, mandatorio que la persona despierte y salga, finalmente, de la inercia que anula su voluntad, de modo tal, que pueda encaminarse hacia el sendero del cambio interno, para efectos de movilizar así la gran energía emocional y sanadora que todos llevamos dentro nuestro, y permitir que esta poderosa energía acabe con las ansiedades, nuestros temores y el estrés que nos paraliza y enferma. El objetivo final que debe tener todo lector consciente de sí mismo y de su valor como persona es uno solo: encontrar la propia felicidad, contrarrestando así, los trastornos y enfermedades que nos acechan. ¡Esa es la misión que tiene ante sí cada ser humano!
En múltiples ocasiones, no tenemos cabal conciencia de la enorme cantidad de energía emocional que gastamos en tratar de mantener relaciones interpersonales que no son sanas, como una forma de evitar posibles conflictos y discusiones. Al revés, también sucede, que el origen de nuestros problemas radica en nuestro temor interno de no ser dignos de que nos quieran, o bien, por el miedo a ser abandonados, razón por la cual, nos tornamos agresivos, consiguiendo a su vez, que el otro responda a nuestra agresividad, desatándose la escalada del conflicto, hasta que cada uno de los involucrados en la discusión termina por ocupar las típicas torres defensivas o posiciones inexpugnables, donde el pensamiento que prima es “yo no cedo un centímetro mientras tú no cedas en tu postura”, hasta matar la relación. De otra forma ¿por qué cree usted, que existen los sujetos denominados “vampiros emocionales”? Estas personas no son otras, que individuos que “chupan” y drenan la energía emocional de quienes los rodean; son aquellas personas que se tornan pegotes y pegajosas con nosotros; son esos sujetos que se nutren de nuestro entusiasmo, candidez, energía interna y fuerza de carácter, desparramando indiscriminadamente, por todos lados (y con todos) sus penurias, exigencias, recriminaciones, quejas, desventuras y otros entuertos, cargándoselos, por así decirlo, a quienes han tenido la desgracia y el infortunio de estar a su lado en ese momento, en tanto que ellos, una vez terminada su perorata y descargada su artillería pesada, parten, muy orondos y felices, a buscarse otras víctimas propicias para que escuchen sus nuevas tandas de requerimientos, quejas y males a raudales.
Por lo tanto, las personas deben, necesariamente, aprender a defenderse de muchos tipos de ataques emocionales, donde, muchas veces lo único que se logra divisar en el horizonte es la silueta del “tiburón” de turno.